HONRAR A NUESTROS MUERTOS

Opinión

Un genial escritor alemán cercano a la Escuela de Frankfurt -perdónenme esta referencia academicista-, víctima del fascismo del siglo XX, lanzó una idea que flota en el aire de una ceremonia como la que nos congrega hoy; él dijo “las revoluciones no las hacen los pueblos más que para honrar la memoria de sus muertos…”

Y estaba escribiendo un borrador conocido como Sobre el concepto de Historia (o sus tesis). Pues sí, queridos amigos, creo que estamos reunidos para honrar la memoria de nuestros muertos y ello significa elevar un grito de acusación y revuelta contra los asesinos, que agudice la necesidad perentoria de cambiar el estado de cosas que mantiene la impunidad del crimen y el silencio ante la doble victimización sobre todos nosotros; por un lado, su ausencia física y por otro su miserable catalogación como terroristas, en la opinión pública.

Toda la historia de la universidad pública en Colombia, desde el siglo XX, está regada por la sangre de estudiantes, desde los muertos de 1929 que denunciaban la masacre de las Bananeras, hasta las víctimas del batallón de veteranos de Corea que masacraron en el 54 una manifestación de los jóvenes contra Rojas Pinilla y conmemoraban las muertes del 29. Luego de la revolución cubana vinieron muchos asesinatos solapados bajo pretexto de la invasión comunista de la universidad, hasta aparecieron cadáveres en canecas de basura. Todas las perversidades que los mariners habían perpetrado con tortura y sevicia en Nicaragua, contra la fuerza libertaria de Sandino en los 30, fueron repetidas aquí dentro de la violencia que no ha terminado -hubo un “Mariner recortado” (1.60 de altura) de apellido Valencia Tovar-; algunos las creen invento de los paramilitares, pero fueron importadas; los españoles también aportaron lo suyo, así lo denuncia el cura de Las Casas. De manera que episodios terribles como el que recordamos hoy, forman parte de ese capítulo, tan legendario como contemporáneo, que obliga al gobierno de Petro, a ofrecer la búsqueda de la Paz Total, y por eso lo respaldamos, pero, al mismo tiempo le exigimos que actúe depurando la fuerza pública y agilizando su juzgamiento por ser crímenes de lesa humanidad. Pues los autores materiales e intelectuales, ahí están campantes y vociferantes, e impunes.

Ya en los 60, después de muchos muertos y con figuras tan prominentes como el cura Camilo Torres, el movimiento estudiantil, estaba colocado ante la alternativa de estudiar o salvar la vida a toda costa, como le tocó al mismo Camilo. La refinanciación y reconstrucción de la Universidad Pública de entonces se hizo para modernizar el aparato productivo, acorde con las necesidades del desarrollo industrial imperialista de posguerra -grandes plantaciones de azúcar del Valle para reemplazar la de Cuba, explotación minera y petrolera, urbanización para recibir los campesinos desplazados por el despojo de tierras-. Esto a condición de controlar a las buenas o a las malas al estudiantado. Sin embargo, a partir de los 80 se inicia el ciclo neoliberal, entonces se fue fraguando el fin de la universidad pública y la privatización de la educación universitaria -los posgrados, la competencia y el desmonte de los subsidios- se impone el endeudamiento, la crisis financiera, alza de matrículas, préstamos Icetex y los contratos basura del profesorado. Ante la avalancha contra la Universidad pública se renueva el movimiento estudiantil y profesoral por su defensa, y la respuesta violenta del Estado, uno de cuyos episodios es el escenario de esta conmemoración, en el año 2000.

La estrategia fue diferente: corromper a las directivas (a través de los contratos), infiltrar a las organizaciones estudiantiles y sindicales; hacer aparecer los movimientos como células terroristas que atentaban contra el “nuevo estado renovado por la constitución del 91”. Con este sonido mágico, buena parte de los movimientos juveniles se desarmaron y florecieron los kínderes de tecnócratas en el gobierno, los doctores del exterior, economistas de la escuela de Chicago, MIT etc. todo en función del nuevo modelo neoliberal, la explotación de recursos naturales, el abandono del campo por la importación de alimentos, etc. Para ello era necesario cambiar la universidad pública por una caricatura de la privada, disfrazándola de popular.   

El modus operandi de la fuerza armada (ejército-policía), que se aplicó para descalificar y judicializar a los jóvenes fue la guerra sucia y montar escenarios falsos para asesinar con protección de recursos oficiales o mediante terceros: implantar pruebas, infiltrar los grupos y ejecutar operaciones dobles (matar e incriminar) -que después se denominaron falsos positivos-, premiados con días de franquicia y hasta arroz con pollo, como se vio en las confesiones de la GEP. Es decir, implantar el terror, sembrar el miedo -las escuelas de Pinochet, la noche de los lápices, la operación Cóndor etc.- eran el modelo. Por esto el atentado contra los estudiantes, nuestros estudiantes, familiares y amigos; sumió en el miedo a la comunidad, ocultó la complicidad de las autoridades académicas y presionó a los profesores a mirar para otro lado. Esta misma táctica se aplicó en la Universidad Nacional, Distrital y la Pedagógica en Bogotá informando a la opinión pública que eran artefactos preparados por estudiantes terroristas y explotados por accidente. Todos han quedado impunes incluso, cuando en algunos procesos -como el nuestro- se demostró que tenían que haber salido de los cuarteles militares.   

Yo había llegado a la Universidad en medio de la matazón que recuerda más de 20 asesinatos de estudiantes, profesores y trabajadores desde 2002, en el video Hagamos Memoria aún asequible en youtube. Me antecedían tres destituciones como dirigente sindical y titular universitario. Llegué a reemplazar a un profesor reconocido como marxista pero que terminó de asesor del ministro trásfuga Bula Camacho, mi título doctoral de la Universidad de Las Villas fue el anzuelo, aunque las advertencias de mis amigos me salvaguardaron al no residir en Barranquilla. Allí conocí a nuestros héroes, uno de ellos recibió el título en la cárcel -yo asesoré su tesis-. Los ocho, cuatro mártires y cuatro sobrevivientes merecen esta nominación; fueron héroes de la lucha estudiantil por defender la universidad Pública -debe enfatizarse porque la placa conmemorativa que los estudiantes colocaron en el campus universitario fue profanada por esas fuerzas obscuras que hoy hacen cara de “yo no fui” -como ridículos Pedros Navajas-.

Entonces hoy les pido: que salga de nuestras gargantas la condena a los miserables, que salga de nuestros hígados la demanda a este gobierno por la Paz Total con justicia y que salga de nuestros pechos el compromiso de hacer el cambio que soñaban Darwin, Dreiver, José y Yuri nuestros muertos y Osmar, Roberto, Fariel y Darwin los sobrevivientes, junto a los demás héroes silenciados; sus ideas y sus sueños no cabían en la comprensión de los esbirros milenarios y sus sirvientes. Por eso los mataron y siguen cuidando sus puestos. Pero para nosotros su memoria y su lucha son un compromiso ineludible. 

Fuerza!! fuerza!!! como pregonan nuestros ancestros indígenas.