Héctor Lavoe, el cronista del barrio

Opinión

El pasado 29 de junio se cumplieron 25 años de la partida de Héctor Juan Pérez Martínez, más conocido en el mundo musical salsero como Héctor Lavoe, también llamado por su interpretación del tema “El Cantante” de Rubén Blades, como “El cantante de los cantantes”

En esta fecha en muchas barriadas de América Latina se conmemora un año más de su partida, y sus gentes lo hacen escuchando su música, recordando sus anécdotas de vida, sus célebres frases, y haciéndolo sobre todo con afecto y cariño, porque a pesar de su fama y de haber pisado el más alto escalón del éxito, Héctor siempre fue un hombre del barrio y sus esquinas, del arrabal, de su gente, a quien caracterizó como “lo mas grande de este mundo”, como lo diría en tono salsero en aquel tributo musical “Mi gente… ustedes, lo más grande de este mundo, siempre me hacen sentir un orgullo profundo”.

Héctor Lavoe nació en Ponce, Puerto Rico, un 30 de septiembre de 1946, y desde entonces su vida estuvo marcada por la tragedia. La primera de ellas fue no poder disfrutar la compañía de su madre, quien murió cuando Héctor apenas tenía tres años de edad. Sucesivamente en cada etapa de su vida fueron ocurriendo hechos lamentables: la muerte de su hermano en un accidente de tránsito en Nueva York cuando era un adolescente; ya en la adultez el asesinato en Puerto Rico de su suegra, a quien consideraba su segunda madre –a ella dedicó la canción Soñando Despierto–; la muerte de su hijo Héctor Jr. en un accidente con arma de fuego –hecho que diría Héctor significó para él su propia muerte–; su tentativa de suicidio al arrojarse de un noveno piso, a causa de la depresión emocional que comúnmente padecía, y finalmente su incursión en el letal mundo de las drogas, de donde nunca pudo escapar.

A pesar de tan difícil existencia, Héctor nunca renunció a ser “El Cantante”, y por ello siempre estuvo dispuesto a cantar a su público, jamás se separó de las tarimas. Pese a su vida infeliz, tuvo el inmenso mérito de contagiar de alegría y sabor a multitudes. Allí también radica parte de su grandeza.

Fue en la ciudad de Nueva York donde transcurrió la mayor parte de su corta vida (47 años), y su decisión de emigrar a los Estados Unidos estuvo determinada por las mismas motivaciones que tuvieron y han tenido millones de latinoamericanos, quienes en busca del falso “sueño americano” huyen de sus países de origen, agobiados por la pobreza y la miseria que genera el sistema económico capitalista. Allá inician una nueva vida laborando en oficios estigmatizados por los “gringos”, en medio de condiciones de humillación, discriminación y explotación laboral. En cumplimiento de esta especie de ley sociológica, en sus primeros años Héctor ejerció diversos oficios como pintor de casas, limpia vidrios y maletero, y a pesar de su posterior logro económico, se puede considerar como una de las miles de millones de víctimas del capitalismo.

En efecto fue sometido a una salvaje sobreexplotación laboral, que permitió engrosar las cuentas bancarias de empresarios ligados al mundo del disco y el espectáculo, quienes de manera inhumana le impusieron un ritmo de trabajo que en los momentos del boom de la salsa hizo que tuviera que cumplir hasta con tres presentaciones diarias.

La legitimidad popular de Héctor Lavoe, además de sus cualidades artísticas, provenía de su condición, ya antes lo dijimos, de hombre del barrio, escenario del que fue un cronista junto al trombonista Willie Colon, con quien a mediados de la década del 60 conformó uno de los duetos más exitosos de la salsa. Ellos a través de su música reflejaron la crudeza del barrio latino en Nueva York, situación de la que fueron testigos presenciales (Colon nació en el Sur del Distrito del Bronx, y Lavoe vivió en el mismo lugar cuando recién llegaba de su natal Puerto Rico). En sus canciones describieron sus estrechas y sucias callejuelas, la nostalgia producto del desarraigo, el hacinamiento, el rebusque y la sobrevivencia, y en general la desigualdad social imperante en una sociedad que posibilitó la existencia de personajes como “Juanito Alimaña” y “Pedro Navaja”.

El surgimiento de esa voz narrativa de la realidad del barrio popular fue el vehículo que movilizó a millones de latinoamericanos de diversos países hacia Héctor Lavoe y sus colegas salseros. Sus relatos cantados se ubican geográficamente en el South Bronx, el East New York Brooklyn, y el Spanish Harlem, sin embargo la histórica realidad de pobreza y miseria en América Latina, tragedia que identifica a los pueblos de esta parte del mundo, permite que Héctor Lavoe sea de especial significación en sus barrios marginales, por igual en el Atahualpa de El Callao en el Perú, o en el Barrio Cuba, en el puerto de Guayaquil en Ecuador, o en el 23 de Enero y Catia en Caracas, o en el populoso barrio Rebolo en Barranquilla.

La versatilidad en el canto fue una de las virtudes de Héctor Lavoe, en este sentido se destacó como un gran intérprete salsero, pero también incursionó con éxito en el exigente mundo del bolero, género desde donde homenajeó a otro grande como Felipe Pirela, en aquel álbum Recordando a Felipe Pirela. Así mismo el contexto musical de Héctor Lavoe fue diverso, además de los hechos sociales también hubo otras temáticas; en su repertorio existen canciones dedicadas al amor, a la madre, a las navidades, a su impuntualidad en llegar a las presentaciones, a los santos, a la finitud de las cosas, a la felicidad, a Colombia, a su querido Borinquen, y en varias de ellas se pueden extraer fragmentos dignos de la filosofía popular, como aquella de que cada cabeza es un mundo, para referir la diversidad del pensamiento humano (canción El Todopoderoso).

Los restos mortales de “El cantante de los cantantes”, que estuvieron por nueve años en Nueva York, fueron trasladados en junio de 2002, tal como fue su voluntad antes de morir, a su natal Ponce. En aquella ocasión una multitud acompañó con música, canto y miles de banderas “monoestrelladas” (como las llaman los puertorriqueños para diferenciarlas de la de las 50 estrellas de los Estados Unidos) el féretro del gran Héctor Lavoe. Dentro de ese alud humano se destacaba la presencia de Ismael Miranda, colega y amigo, quien para despedirlo pronunció unas palabras que tendrán permanente vigencia en el mundo de la salsa, la barriada y nuestra cultura popular: “Él no está aquí con nosotros, pero su música sigue”.