País Vasco: ¡Libertad para los presos políticos del fascismo español!

Derechos Humanos

Pocos países en el mundo pueden mostrar la foto que el sábado pudimos ver y sentir en las calles de Bilbao. Bajo un diluvio que no cesó en intensidad en toda la tarde, unas 95 mil personas, hombres, mujeres, niños y niñas, ancianos y ancianas, quisieron demostrar nuevamente que a las presas y presos vascos no se los olvida.

Más aún: se los ama y admira por el enorme sacrificio de haber puesto, desde muy jóvenes sus vidas al servicio de la liberación nacional y social.

Hablamos de Euskal Herria, un país y un pueblo con poco más de 3 millones de habitantes que desde hace siglos sufre el dominio y el sojuzgamiento de dos Estados imperialistas, el español y el francés.

Un territorio que otra vez quiso dar muestras de que el espíritu de lucha no está menguado. Que la Solidaridad con los que batallan en las cárceles o fuera de ellas tiene sentido de dignidad y compromiso.

Que a pesar de los tiempos que corren, en que el capitalismo más brutal se abate sobre la mayoría de las naciones del planeta, provocando que muchos, por cansancio, por sentirse derrotados o por haber perdido principios en el camino, opten por retroceder y abandonar la lucha en cualquiera de los países de los cinco continentes.

Nos referimos a esta Euskal Herria de patriotas como Telesforo Monzón, Santi Brouard o José Miguel Beñarán Ordeñana (Argala), representantes genuinos de una y varias generaciones que no dejaron de pelear nunca, y mucho menos en los momentos en que la mayoría de los politiqueros del Estado español (incluida casi toda la mal llamada izquierda), traicionaban, en la llamada transición o “pactos de la Moncloa”, las banderas y postulados históricos y se arrodillaban ante la monarquía y los herederos del franquismo.

Esta nación sin estado, que tiene lengua y bandera propia, quiso y quiere gritarle al mundo que “no camina sola” y que está dispuesta a defender con uñas y dientes a los mejores hijos e hijas del pueblo, condenadas a decenas de años de prisión.

Por todo ello, Bilbao pudo presenciar como marchaban en primera fila, calados por el agua que bendecía su paso, los niños y niñas, hijos de presos y presas, con sus mochilas sobre sus pequeñas espaldas, cargadas con la esperanza de ver pronto a sus padres y madres libres.

Detrás de ellos, cientos de familiares portando la bandera que recoge desde hace años el anhelo de que los presos y presas vascas tienen que volver “a casa”, fuertes como siempre, para sumarse a la lucha de construir el país que se merecen.

Entre la multitud y sus consignas, también pudieron verse las banderas de distintos Pueblos del Estado y del mundo, internacionalistas solidarios llegados para esta ocasión convocados por la organización Askapena.

No es fácil describir con palabras todo lo que significa ver y escuchar el paso de esa multitud que está convencida que en algún momento podrá volver a volcarse a la calle pero para festejar la amnistía y la libertad de los más de 300 presos y presas que hoy son usados como rehenes por el fascismo español.

Van con su dolor a cuesta pero también con la ternura, imprescindible, como señalara el Che Guevara, que les permite mantenerse firmes como robles.

A pesar de que luego de 50 años de lucha integral, se haya decidido unilateralmente abandonar la insurgencia armada, el conflicto sigue en pie.

La excusa que siempre el gobierno español utilizó para aplicar el terrorismo de Estado, no remite y nuevos presos han entrado a la cárcel y otros esperan ser juzgados con la amenaza de la ley anti terrorista pendiendo sobre sus cabezas, esa ingeniería jurídica creada entre otros por el siniestro Juez Baltasar Garzón.

Ya no hay armas ni atentados pero la opresión criminal del Estado invasor no ha cesado. Esto ocurre porque el fascismo representado hoy por Rajoy y ayer por Franco, o por Felipe González y José María Aznar, odia visceralmente a los Pueblos que les plantan cara, que no se someten a sus designios imperiales.

Ocurre esto, desde siempre con los vascos y vascas pero también, con catalanes y catalanas. Nada ha cambiado en esa España despótica que supo encarcelar a José Martí o que mucho antes envió conquistadores a lo que luego se llamó Latinoamérica, generando uno de los mayores holocaustos que recuerda la humanidad, con más de 90 millones de habitantes de pueblos originarios asesinados.

Frente a esta demostración de brutalidad es saludable que las calles no se abandonen, y mucho menos que los presos y presas sientan que su sacrificio ha sido en vano.

Las dos movilizaciones ocurridas el sábado, con ese objetivo, tanto la convocada por Sare y la posterior del Movimiento Por la Amnistía y contra la Represión, dejaron en claro que el coraje de un Pueblo puede más que las mil patrañas de los poderosos, de sus gobernantes, sus medios de comunicación  y sus patrocinadores internacionales.

Bilbao fue testigo de esta pulseada, y decenas de miles hicieron oír su reivindicación por los presos y presas, pero también la de no sentirse españoles ni franceses. Solo quieren ser, orgullosamente, vascos y vascas.

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