‘Los nuevos grupos paramilitares ponen en peligro el éxito del proceso de paz’

Pronunciamientos

En este ensayo el analista político Manfredo Koessl, analiza como la pervivencia de actores armados ilegales que se creían desmovilizados atenta contra los esfuerzos de estabilización en el país.

 

Existen sin duda diversas preocupaciones de cara no solo a las negociaciones que se adelantan en la Habana entre el Gobierno y las Farc, así como las que aún no han iniciado de manera formal con el Eln.

 Dos indicadores permitirán dilucidar si la paz a la que la sociedad colombiana quiere llegar, tendrá una forma estable y duradera. Por una parte, la cantidad de dirigentes de las Farc que regresan a la sociedad civil y que sobrevivirán durante los próximos cinco años a los posibles ataques de las bandas criminales y paramilitares aún existentes, o asesinos a sueldo de otros actores poderosos y, por otra parte, la cantidad de integrantes de este grupo armado que continuarán combatiendo al integrarse a otros grupos armados ilegales o constituyéndose en una nueva facción como ha sucedido con otros grupos armados.

 ¿Puede fracasar el posacuerdo?

 Habría que señalar que el fracaso, hasta ahora, de los procesos de paz tiene habitualmente las mismas causas en Colombia: el Estado no pudo cumplir sus promesas, simplemente porque no estuvo en condiciones de hacerlo. En la actualidad necesita el apoyo y la solidaridad de otros actores, que a través de, y con el Estado puedan cumplir con las promesas de paz y reinserción.

 En este contexto debe preguntarse si el país está preparado para que los excombatientes puedan desempeñar cargos políticos, ya sea como congresistas, alcaldes, concejales, etc., o por el contrario estaremos ante una situación ya conocida en el pasado, en la cual nuevos grupos paramilitares irrumpen en el escenario y aprovechan la situación para asesinar a la mayoría de los reinsertados que han alcanzado visibilidad política y social.  En tal sentido, las experiencias previas no son halagüeñas.  También habría que señalar que la falta de respuestas a largo plazo para las necesidades personales y estructurales de los reinsertados, generarán que, al poco tiempo, ellos regresen a las armas bajo otro mando.

 Los usos de la violencia

 Debe tenerse en cuenta que la violencia en Colombia resulta ser las dos caras de Jano: aparenta ser simultáneamente bendición y maldición. Por medio de esta se excluye y, al mismo tiempo, se incluye. La violencia es, junto al clientelismo, una herramienta capaz de incorporar a amplios sectores de la población colombiana, y responder a los intereses de los actores.

 La exclusión social y económica junto a un Estado que no es un actor hegemónico en el territorio nacional, ya que durante décadas fue víctima de un proceso sinérgico de pensamiento faccioso de los actores políticos, son problemas reales y percibidos por algunos actores a la hora de elegir su accionar.

 ¿Un problema sin fin?

 Por supuesto, que la violencia no es una cuestión propia y orgánica de la sociedad colombiana como algunos pesimistas creen.

 Su manifestación responde a prácticas que a lo largo de la historia colectiva han incorporado la violencia como forma de resolución de conflictos otorgando bendiciones o maldiciones a un conjunto social que se reproduce con características violentas. Esto ya fue señalado por Daniel Pécaut cuando afirmó que “las clases dominantes saben que la fuerza es un componente de las relaciones sociales” y agregó que “la izquierda también” lo sabe.

 De esta manera, la violencia ofrece a los actores la posibilidad de ser tomados en serio por los “otros”.

 La dinámica de las reinserciones, incorporada al habitus colombiano, estabiliza por un lado la situación y da a los combatientes reinsertados posibilidades, pero los problemas que genera la violencia no se han solucionado por esta vía. Se produce, entonces, una reiteración del “juego” a través de nuevos actores o actores pacificados, que vuelven a tomar las armas.

 Las prácticas sociales basadas en la violencia son estrategias legitimadas en el campo social. A sus miembros y sus apoyos, los grupos armados les ofrecen oportunidades y ventajas económicas, así como reconocimiento social.  

 La violencia es usada para la represión de movimientos sociales, control social y por el narcotráfico, también para la defensa de los valores tradicionales y para conseguir un sueldo para los miembros de la banda.

 Un balance agrio

 “Son fichas del juego de damas, ni siquiera de ajedrez, por lo intercambiables” es frase de un informante muy conocedor del ambiente paramilitar , que muestra claramente la estructura de la violencia en Colombia: los protagonistas entran y salen del círculo, pero la violencia se mantiene constante, y sus puntos de intensidad de las bajas en su virulencia se deben a cuestiones tácticas del conflicto que se desarrolla sin pausa, y no como resultado de un proceso de paz u otra acción gubernamental.

 Los “éxitos” de un proceso de paz y reinserción con las AUC terminaron siendo simplemente la historia previa de la reaparición de las Bacrim y las bandas emergentes que ocuparon su lugar.

 Así, cuando se insiste en soluciones parciales, que no tienen en cuenta la estructura y la evolución de la realidad histórica, se cae en una dinámica de altísimos costos económicos, sociales y políticos para lograr resultados parciales, limitados en el tiempo y muy frustrantes para todos los involucrados, lo cual genera decepciones que también avivan el conflicto.

 En tal sentido, la aparición de nuevos grupos paramilitares, posible gracias al aval y apoyo de algunos sectores sociales, ponen en peligro el éxito del proceso de paz. Una nueva aniquilación similar a la que fue sometida la Unión Patriótica hará retroceder por décadas al país, al afianzar la posición de que la violencia es el único recurso posible para lograr cambios en Colombia.

 Un proceso de paz, que solo sea firmado y avalado por el Estado, sin la presencia y apoyo de otros importantes actores colombianos, en especial las elites económicas nacionales y regionales, hará difícil, sino imposible, ofrecer las condiciones necesarias para que los guerrilleros puedan reinsertarse exitosamente, con lo que las posibilidades que les ofrezcan otros grupos violentos, existentes o a crear, les resultarán más tentadoras, para no decir la única opción realista.

*El artículo se basa en extractos de su libro “Violencia y habitus. Paramilitarismo en Colombia” de la editorial El Siglo del Hombre reelaborado para El Espectador